Creación y Reflexión: vasos comunicantes, Día del Libro

Francisco Madero   23/04/2019

Creación y Reflexión: vasos comunicantes. Día del Libro

Creación y Reflexión: vasos comunicantes. Día del Libro

Francisco Madero

Un libro es más que letras, es un conjunto de sueños y de ideas que alguien en algún momento vació en papel. Es una fina urdimbre, donde cada sentencia es un fino hilo, que describe lo que se encontraba oculto en la mente humana; un reflejo mimético de su singular y única realidad.

Sin embargo, esta no es una definición exacta, es imprecisa y anfibológica. La Unesco señala que un libro debe poseer 49 o más páginas, y puede tratar cualquier tema.

Aún con esta definición, el significado real que puede tener un libro depende del punto desde donde se mire, ya que es como un caleidoscopio con muy diversas imágenes. Pero, cómo veía un hombre como Octavio Paz su obra, sus libros…

Este es un fragmento del prologo escrito por el propio nobel mexicano en sus Obras Completas, en su primer volumen, La casa de la presencia, publicada en 1994:

La idea de recoger y publicar mis escritos en varios volúmenes nació en el curso de una conversación con Hans Meinke, director del Círculo de Lectores. Le doy las gracias: sin su amistosa solicitud yo no me habría atrevido a emprender una tarea tan complicada y laboriosa. Confieso que nunca se me habría ocurrido la idea de publicar mis obras completas. La noción misma de obra me era ajena. He escrito y escribo movido por impulsos contrarios: para penetrar en mí y para huir de mí, por amor a la vida y para vengarme de ella, por ansia de comunión y para ganarme unos centavos, para preservar con un desconocido, por deseo de perfección y para desahogarme, para detener al instante y para echarlo a volar. En suma, para vivir y para sobrevivir. Por esto, porque estoy vivo todavía, escribo ahora estas líneas. ¿Sobreviviré? Ni lo sé ni me importa: el ansia de supervivencia es, tal vez, una locura pero es una locura ingénita, común, inextinguible.

Más allá de mi salvación o de mi pérdida ultraterranea, declaro que al escribir aposté por la más frágil y preciosa facultad humana: la memoria. Aposté no por la perduración de mi persona sino por el de unos cuantos poemas. Desde que leí la Antología griega envidié a Calímaco, Meleagro, Filodemo, Páladas, Paulo Silenciario y otros: sobreviven gracias a un puñado de sílabas. Pero yo no me siento capaz de escoger entre mis escritos. Su diversidad me cohíbe: poemas, crítica de arte y de literatura, una biografía que es asimismo un estudio literario y un cuadro histórico, ensayos sobre temas de moral y política, notas y artículos sobre tópicos y preocupaciones de época, divagaciones, glosas. Además, el gusto y el juicio –las dos armas de la crítica- cambian con los años y aun con las horas: aborreceremos en la noche lo que amamos por la mañana. Por último, los autores somos casi siempre malos jueces de nuestras obras. El ejemplo de la Antología griega me enseñó que el único y verdadero antólogo es el tiempo. Publicar una docena de volúmenes que reúnan mis escritos no es tanto desafiarlo como someterse a su juicio. Sabio y caprichoso como el viento, el tiempo parece que no sabe lo que hace y, no obstante, pocas veces se equivoca. Dejo al tiempo mis obras; al dispersarlas con manos distraídas, tal vez deje caer, en la memoria algunos lectores, semillas fortuitas, un poema o dos, una reflexión, un apunte.”

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